Probablemente no hay
idea más extendida en economía que no sea aquella que establece que a una mayor
demanda le seguirá un aumento del precio, quedando las demás variables
constantes. Sin embargo, en ocasiones, esta ley de la demanda sólo es cierta a
medias, esto es, en el corto plazo.
Ya lo señalaba Adam
Smith en su Riqueza de las naciones (1776)
que, por su claridad cristalina, me tomo la libertad de citar:
“(…) el incremento de la demanda, aunque al principio puede aumentar
algo el precio de los bienes, siempre tiende a reducirlo en el largo plazo.
Estimula la producción y aviva la competencia de los productores que, para
vender más barato, recurren a nuevas divisiones del trabajo y nuevos adelantos
en su técnica, que jamás habrían existido en otro caso.”
Es decir, que en el
corto plazo, cuando la capacidad productiva no dispone de tiempo para
adaptarse, el precio del bien más demandado subirá; pero, al cabo de un tiempo,
en el medio/largo plazo, cuando la estructura productiva de las empresas se
puede modificar, es muy probable que el precio de ese bien en particular acabe
disminuyendo, fundamentalmente por dos razones: (1) por una mayor competencia,
esto es, entran más empresas en el mercado para ofertar ese mismo producto; y
(2) por el avance tecnológico, una mayor demanda significa mayores
oportunidades de beneficio, por lo tanto, las empresas encontrarán rentable el
investigar nuevos procesos productivos más eficientes.
Si aún dudáis de esta
ley económica, podéis ver cómo ha sido necesario poco más que un par de meses
para que el precio de la inmensa mayoría de productos sanitarios haya
disminuido a los niveles pre-crisis Covid-19, algunos de ellos incluso llegando
a ser más baratos.
Fuentes:
Smith, Adam (1776). La riqueza de las naciones. Alianza Editorial (página 697).
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