El economista británico David Ricardo se caracterizó
por el empleo de un marco analítico puramente teórico, basado principalmente en
argumentaciones sólidas y coherentes. Así, no esperen ver en sus escritos
grandes ejemplos históricos ni datos empíricos. Por el contrario, lo que puede
esperar el lector es una ristra de ejemplos teóricos, en algunos casos
excesivamente simplificados, de los que se sirve Ricardo para proponer sus
ideas. Es, en este sentido, quizás el economista más teórico de cuantos haya
habido.
Una de sus principales contribuciones a la ciencia
económica es la teoría de la ventaja comparativa. El economista inglés la
ilustró con el famoso ejemplo del comercio de los paños y vino entre Portugal e
Inglaterra, en el capítulo VII de sus Principles (1817).
En él, expone Ricardo que, a pesar de que las dos mercancías podrían ser
producidas en Portugal (80 trabajadores para el vino y 90 para los paños) a un
coste menor que en Inglaterra (120 y 100, respectivamente), cada país se
especializará en producir aquello en que tiene un coste menor, esto es, en la
industria que tiene la ventaja comparativa. En consecuencia, Portugal decidirá
producir vino y exportarlos por paños ingleses.
La importancia fundamental de esta teoría deriva del
hecho de que ambos países salen ganando con el comercio. Con anterioridad a
Ricardo, se creía que solo aquellos países que tuvieran una ventaja absoluta
(es decir, en todas las industrias) saldrían ganando, a costa de aquellos
países en que no hubiera dicha ventaja. Es decir, se creía que el comercio era
un juego de suma cero: lo que ganaba uno, lo perdía otro. Sin embargo, con
Ricardo y su teoría de la ventaja comparativa, el escenario cambió radicalmente.
Ahora, con la teoría ricardiana, se comprobó que el comercio era mutuamente
beneficioso porque todos podían participar de él, aun siendo menos eficiente en
todas las posibles industrias.
Aunque habitualmente se presente dicha teoría como
aplicación para el comercio internacional, hay que señalar que, como el propio
autor ya indica, se trata de un principio aplicable a cualquier tipo de
comercio, interior o exterior. Cada individuo (o país) se
especializará en aquello que sea más eficiente, puesto que es la actividad que
más provecho le reporta. Ricardo, en una nota a pie de página, expone un
ejemplo, si cabe, aún más esclarecedor de este principio. En ella encontramos
dos individuos que se pueden dedicar a fabricar sombreros o zapatos, pero uno
es superior en las dos actividades. En concreto, si este individuo fabricase
sombreros superaría al otro en un 20%, mientras que si se dedicará a la
confección de zapatos lo haría en un 33%. Ricardo se pregunta ¿no queda claro
que el individuo más aventajado se dedicará a elaborar zapatos, mientras el
menos aventajado fabricará sombreros?
En síntesis, se trata de una teoría también apta para el comercio interno, puesto que está estrechamente ligada a la idea de especialización del trabajo. Los individuos nos especializamos en aquello que se nos da mejor, en aquello en que tenemos una ventaja relativa a cualquier otra actividad, puesto que de esta forma podemos intercambiar nuestro producto (que será lo mejor que podamos elaborar) por otros bienes en que se hayan especializado otros individuos.
Con este armazón teórico, Ricardo se vio con los argumentos
necesarios para combatir las conocidas como Corn
Laws, unas regulaciones que pretendía proteger al sector agrícola inglés de
la competencia internacional. Para el economista inglés, la acumulación de
capital (motor de crecimiento económico) derivaba de unos mayores beneficios.
Sin embargo, se argumentaba que a medida que aumentara la riqueza, lo que
llevaría a una mayor población, habría una mayor necesidad de alimentos. Al
ponerse más tierras en cultivo, debido a la teoría de la renta de Ricardo (por
la que la renta que se paga es la diferencia entre la productividad de la
tierra en cuestión comparada con la de menor calidad), ésta misma aumentaría,
disminuyendo los beneficios y, por tanto, frenando la acumulación de capital (para el economista inglés, si la renta aumentaba, los beneficios debían disminuir).
Así pues, quedaba claro que surgían unos claros frenos al crecimiento económico.
Como solución a dicho problema, Ricardo proponía que
se importara el grano y los cereales que permitieran suministrar el necesario
alimento a la población, evitando así el freno a la acumulación de capital y el
consecuente crecimiento económico.
Aunque este último discurso argumentativo pueda tener sus defectos, no es menos cierto que la teoría de la ventaja comparativa era, y es, en gran medida cierta y contribuyó a cambiar el paradigma del comercio internacional, pasando de una visión en la que unos se benefician a costa de otros a otra, mucho más veraz, en la que todos nos beneficiamos de comerciar.
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