La importancia de las expectativas (II)


En último lugar tenemos la política fiscal, que es la capacidad del Estado de incrementar la demanda nacional vía aumento del gasto público y/o rebajas de impuestos, incurriendo normalmente en déficit presupuestario, esto es, endeudándose. En este caso, y simplificando bastante la cuestión, el Estado debe escoger entre dar cierta seguridad a los tomadores de deuda soberana o al sector privado que soporta la presión impositiva. Para las dos estrategias hay costes y beneficios.

Si el Estado se compromete a mantener una ratio deuda/PIB determinada y lo consigue transmitir de manera fiable, todos aquellos que tengan la intención de comprar deuda pública considerarán que se trata de un país serio en el que es poco probable que se den grandes desequilibrios financieros, así, es igualmente probable que la prima de riesgo (el tipo de interés de más que se pide en el mercado para que el Estado pueda colocar su deuda) no se eleve mucho.

Sin embargo, al introducirse un límite a la emisión de deuda, se crea entre el sector privado la expectativa de que, si se inician políticas de estímulo vía aumento del gasto público, posteriormente el Estado llevará a cabo políticas de austeridad con el fin de reducir la deuda pública a los límites establecidos. Es aquí cuando aparece el término de Equivalencia Ricardiana que viene a decirnos que el sector privado, al ver aumentar la deuda soberana por encima del umbral establecido, esperará subidas de impuestos en el futuro y, como consecuencia, ahorrarán detrayendo consumo e inversión actuales. Así, si la demanda nacional (en una economía cerrada) está compuesta por el consumo, la inversión y el gasto público, a la vez que aumenta este último, los dos primeros bajarían, disminuyendo el efecto de la política de estímulo del gasto público. Aquí tendríamos, pues, que al intentar calmar a los mercados financieros, se logra que la política de estímulo pierda parte de su efecto deseado.

Por otra parte, si el Estado decide calmar al sector privado haciéndole ver que aunque la deuda pública alcance altos niveles no se llevarán a cabo subidas impositivas para lograr bajar el nivel de endeudamiento público, es probable que, en un principio, el consumo y la inversión privados no se vean afectados negativamente.

Ahora bien, los tomadores de deuda soberana percibirán mayores riesgos al ver subir y subir la deuda del Estado y, en consecuencia, exigirán tipos de interés más elevados a fin de compensar ese riesgo que están asumiendo. Esta mayor prima de riesgo hace aumentar más rápidamente la ratio deuda/PIB, con lo que, aunque en un principio el sector privado no temiera una subida de impuestos en el futuro, esta expectativa podría revisarse y llevar al sector privado a actuar en consecuencia, esto es, empezando a ahorrar. El principal inconveniente que tiene seguir este tipo de política es que nadie puede endeudarse ilimitadamente. Así, no es del todo descartable que el país acabe llegando a una situación de impagos al no lograr colocar su deuda.

En realidad, recordemos que hemos simplificado bastante la cuestión, los estados prefieren centrarse en la segunda estrategia, al creer, con parte de razón, que es poco probable que los tipos de interés de la deuda soberana suban a altos niveles cuando el endeudamiento público se encuentra dentro de unos límites, que resultan ser bastante amplios para algunas economías. Volveremos sobre este tema en otra ocasión.

Así, como se ha podido ver, la intervención del estado en la economía se puede comparar a aquel capítulo de Alicia en el país de las maravillas en que la Reina de corazones y Alicia juegan al croquet, pero no con simples mazos y bolas inanimados, sino que éstos se convierten en flamencos y erizos que pueden, o no, seguir los designios del jugador.

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