Pocos discutirán la enorme relevancia que tuvo Adam
Smith en la creación de la economía como disciplina científica. Y es que fue el
primero en estudiar de una forma tan completa los pormenores de esta ciencia en
su celebrada An Inquary into the Nature
and Causes of the Wealth of Nations (1776), tradición que seguirían a
partir de entonces figuras tan representativas de la escuela clásica como Say,
Ricardo o Malthus. Smith fue, así, un pionero en su campo ya que muy pocos
autores habían dedicado una obra entera a analizar los procesos económicos casi
en toda su extensión.
Como harán la práctica totalidad de economistas,
Smith escribe en contra de lo que considera un sistema de política económica
erróneo y perjudicial o, al menos, no el óptimo al que se podría aspirar. En su
libro IV se dedica a diseccionar las teorías mercantilistas y fisiócratas,
atacando con dureza a las primeras, mientras reprende ligeramente a las segundas
al mismo tiempo que reconoce que el sistema de libertad económica propuesto es,
básicamente, el correcto.
Precisamente, también se atribuye a Smith la
paternidad del liberalismo económico, al ser el primero en romper con las
políticas intervencionistas propias del mercantilismo y abrazar el sistema de
libertad ya propuesto por los fisiócratas. Sin embargo, a diferencia de éstos,
Smith dio un paso más y señaló que el factor principal por el que crecen las
naciones es el trabajo y la acumulación de capital, y no únicamente el sector
agrícola.
Respecto a este último punto, la importancia del
trabajo en la generación de riqueza, de la lectura de su Inquary se desprende una simple, pero poderosísima, idea: se ha de
ampliar el mercado. La razón es bien sencilla: una división del trabajo
promueve una mayor productividad ya que, tal y como señala Smith, el trabajador
encargado de realizar siempre una misma función tenderá a ingeniárselas como
pueda para dar con procesos productivos que le puedan ahorrar esfuerzo, al
mismo tiempo que se aumenta la producción, consiguiendo una mayor
productividad; nos interesa, pues, una gran división y especialización del
trabajo.
Por otra parte, la división del trabajo está
limitada por la extensión del mercado: si únicamente disponemos de un mercado
pequeño, solo podremos llevar a cabo una división del trabajo muy limitada. En
consecuencia, una de las primeras recetas económicas, según Smith, debería ser
ampliar el mercado para poder permitir una mayor división del trabajo, su
consecuente mayor especialización y productividad y, en fin, un mayor
crecimiento y generación de riqueza. De hecho, Smith vio en el descubrimiento
de América un gran potencial de crecimiento al abrirse nuevos mercados que
proporcionarían una mayor división y especialización del trabajo.
Desgraciadamente, dichos beneficios no pudieron materializarse debido a las
políticas proteccionistas de algunos países europeos que optaron por imponer
monopolios sobre el comercio de las Indias.
No obstante, tal y como se vio en el importante
proceso de globalización que tuvo lugar en las
últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI, el escocés no andaba muy desencaminado. Este sistema smithiano ha conseguido sacar de la pobreza a decenas
de millones de personas en China e India, países que más se han abierto al
comercio internacional en las últimas décadas.
Así, estamos ante un economista de grandísima altura, por haber contribuido tanto al conocimiento de la ciencia económica. A pesar de que su obra incluye algunos errores, como la teoría del valor-trabajo, es incuestionable el gran avance que proporcionó la aplicación de sus recetas económicas en el mundo de aquel entonces. Más librecambio y menos mercantilismo es lo que necesitaba ese mundo, igual que el actual.
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