Democracy in Deficit: librarse del déficit para salvar la democracia

Edición en inglés por el Liberty Fund

En 1977, James M. Buchanan y Richard E. Wagner publicaron Democracy in Deficit: The Political Legacy of Lord Keynes. En este libro, los autores pretendían llevar a cabo un estudio de las principales consecuencias de las ideas keynesianas en el ámbito económico. Según los dos economistas, la revolución keynesiana supuso invertir el principio establecido por Adam Smith (según el cual lo que es prudencia en el marco de la familia raramente puede resulta locura en el comportamiento de un reino) de tal manera que significase lo siguiente:

"Lo que es locura en el proceder de una familia particular puede resultar prudencia en la dirección de los asuntos de una gran nación."

Gracias al keynesianismo, los políticos se vieron legitimados a ampliar el gasto público, el tamaño del sector público, sin necesidad de aumentar los impuestos en la misma cuantía. Como resultado de esto, se había llegado, en 1977, a una democracia en déficits permanentes.

El libro es una crítica de las teorías keynesianas, no desde la perspectiva de la estructura teórica interna, sino de su validez en cuanto a los presupuestos políticos en los que se aplicará. Tal y como exponen los dos economistas, los criterios para valorar una buena teoría han de tener en cuenta el marco institucional y político de la sociedad en la que se pretenda aplicar dicha teoría. Las instituciones, igual que las ideas, tienen una gran relevancia para los resultados de los procesos políticos. Así, este trabajo es un análisis de las teorías keynesianas desde el punto de vista de la public choice, teoría en la que los procesos políticos y las instituciones que influyen en ellos juegan un papel fundamental.

Keynes aparece

John Maynard Keynes

Keynes dirigió su ataque a un grupo de economistas que se conocería a partir de entonces como los “economistas clásicos”. En pocas palabras, el economista inglés negó que existiera tal cosa como el mecanismo autoregulador del mercado y, en especial, que éste entrara en funcionamiento en periodos de crisis.

Además, y quizás más importante, Keynes cambió radicalmente el paradigma de la economía de su tiempo al relegar la “asignación eficiente de los recursos” a segundo plano, mientras elevaba la política de pleno empleo como máxima de política económica. A partir de entonces se distinguiría entre microeconomía, parcela de la economía en la que la asignación eficiente seguía teniendo un papel primordial, y la recién creada macroeconomía que elevaba el análisis a agregados como la producción y el empleo.

De las enseñanzas keynesianas se seguiría un nuevo principio de política fiscal: cuando la demanda agregada no asegure el nivel de pleno empleo, el Estado debería incurrir en déficits públicos; mientras que si la demanda agregada amenaza con desbordar el nivel de pleno empleo, se deberían generar superávits presupuestarios para evitar los riesgos inflacionarios.

Las lecciones keynesianas se propagaron con facilidad en los medios académicos, de donde saldrían, por tanto, nuevos economistas versados en el nuevo paradigma. Los años 1950s suponen la confrontación de esos economistas keynesianos con los políticos que aún se sentían reacios a abrazar la nueva religión económica.

La práctica conversión de los políticos al keynesianismo se produciría, más bien, en la década siguiente, en los 60s. Los autores americanos señalan el 1965 como el año en que podemos empezar a hablar de políticas keynesianas propiamente.

Consecuencias de la revolución: déficits, inflación y mayor actividad estatal

Los autores prosiguen intentando demostrar que los numerosos años de déficit, la mayor inflación y actividad estatal de esos años fueron, al menos en parte, consecuencia de la recién consagrada revolución keynesiana.

Los autores de la obra, James M. Buchanan (izquierda) y Richard E. Wagner (derecha)

Los mayores déficits presupuestarios se derivan directamente de las mismas recomendaciones de política económica keynesianas. En cuanto a la inflación, Buchanan y Wagner subrayan el fuerte nexo que hay entre las instituciones monetarias y los déficits.

Pero ¿por qué preocuparse por la inflación? Llegados a este punto, los dos economistas de la public choice presentan su análisis sobre la inflación y sus costes de una forma nada convencional, aún hoy en día. Su principal objeción es que se presume que la inflación no perturbará el marco institucional subyacente; una vez que esta presunción es desechada, aparecen los verdaderos riesgos de la inflación.

En primer lugar, la inflación distorsiona la estructura básica económica al alterar las tasas de rendimiento relativo entre las diferentes actividades económicas. Esto es, se producen cambios en los precios relativos, lo que llevará asociado alteraciones en la asignación de recursos. Además, la inflación supondrá una nueva fuente de incertidumbre en el cálculo económico de cada individuo, lo que hará más factible que se den errores de inversión.

Por otra parte, los ciudadanos reciben la información distorsionada sobre quién está produciendo esa inflación. A los ojos del ciudadano corriente, los precios que suben son los de los bienes que venden empresas privadas. Esto mismo bien puede llevar a que se exija al gobierno, verdadero generador de esa inflación, a establecer controles de precios sobre empresas y sindicatos con el fin de acabar con la inflación. Por supuesto, todo esto no hace sino empeorar tanto el desempeño económico como el valor de la libertad.

Por su parte, la mayor actividad estatal se explica por esa distorsión que presenta el Estado de poder financiarse mediante emisión de dinero o deuda, sin necesidad de recurrir a los impuestos.

Asimismo, señalan Buchanan y Wagner que el patrón oro siempre había impedido la financiación por medio de la monetización de déficit. EEUU abandonó dicho patrón durante la depresión de los 30s, si bien es cierto que en los acuerdos de Bretton Woods (1945) se optó por un sistema de tipos de cambio fijos que en gran medida impedían ese inflacionista método de financiación de déficits. No obstante, con el fin de la convertibilidad del dólar por oro en 1971, por parte de Nixon, y la adopción de tipos de cambio flexibles, se eliminaron gran parte de los impedimentos para la monetización de la deuda.

Edición española de Democracy in Deficit

La propuesta

Los autores acaban el libro con una propuesta de reforma para lograr una mayor correlación entre impuestos y gasto público de tal forma que se tenga una mejor percepción de los costes del presupuesto público. Si bien es cierto que recomiendan que esta regla se recoja en un texto legal, no desconocen Buchanan y Wagner que este tipo de normas están supeditadas, en última instancia, a su aceptación por parte de la ciudadanía (naturalmente, los autores rechazan de plano la idea de "déspota benevolente"), más aún es sociedades democráticas.

Enlaces de interés:

Buchanan & Wagner (1977) Democracy in DeficitEnlace a la edición del Liberty Fund.

Conferencia de James M. Buchanan sobre el mismo tema en inglés. Enlace a Youtube.

Publicación en el Institute of Economic Affairs titulada "The Consequences of Mr. Keynes" por J. M. Buchanan, R. E. Wagner y J. Burton. Enlace a IEA.

Extracto del documental de Mark Blaug sobre Keynes en que Paul Samuelson admite "cierto merito" en la crítica de Buchanan al gasto público fuera de control: enlace a Youtube.

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